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La Casa de Caoba Monumento a la desmemoria
Después de que, a causa de un balazo, Trujillo enfermara fatalmente en mayo del 1961, la que fuera su residencia preferida quedó bajo la tutela de San Cristóbal.
En el 1979, el huracán David hizo añicos la mansión. Salvo la estructura de concreto, todo se convirtió en un amasijo de madera y restos de mobiliario e indumentaria privada del dios tutelar de los dominicanos durante tres décadas, y algo más.
A partir de allí, la Casa de Caoba dejó de serlo para convertirse en una réplica concreta de la desidia con que el Estado y su representada, la sociedad dominicana, administra su pasado, su memoria, sus orígenes.
En el presente, y desde hace unos años, un patronato administra la propiedad. Recibe una subvención de 20,000 pesos mensuales que, reclama Jacinto Pichardo, arquitecto encargado de la restauración del inmueble y miembro del patronato de marras, no alcanza para nada.
Se han iniciado, tímida y muy lentamente, algunos trabajos de restauración, pero lo hecho es nada comparado con lo que falta.
Los trabajos se han visto interrumpidos en más de una ocasión por falta de fondos. El patronato paga salarios, incluyendo el de un relacionador público que, la pregunta es de rigor, ¿es necesario?
El Estado aún no desembolsa los nueve millones de pesos que, según presupuesto preparado por la Secretaría de Estado de Obras Públicas hace unos dos años, se requieren para terminar la restauración. No por falta de diligencias falta el dinero, asegura Pichardo. Empero, a diferencia de las obras regulares, las de restauración pueden agotar cualquier presupuesto antes de concluirlas, porque se sabe dónde se empieza, pero no dónde se va a terminar.
“¡Qué son veinte mil pesos mensuales!”, exclama Pichardo. “Se han tocado todas las puertas. Yo, personalmente, hablé con el Presidente Mejía cuando se hizo el Consejo de Gobierno el 6 de noviembre en San Cristóbal”, reclama. “El Presidente me pidió que hablara con el secretario de Obras Públicas. Eso se ha quedado ahí. Es urgente exigir la terminación de esta obra”.
Los planes y las obras
Una vez rehabilitada, la casa funcionaría como museo. Mientras tanto, hay extensas galerías de comején por toda la casa. Se ha fumigado en un kilómetro a la redonda para contener la peste, sin resultados satisfactorios.
El patronato cubre los gastos de administración y de seguridad, pero es una lucha difícil porque hasta los mismos vigilantes se prestan al hurto de las partes móviles.
“Hemos pensado en habilitar el salón de fiestas, que es amplio. Nos interesa rehabilitarlo para convertirlo en área de tertulias, colocando luces, un tomacorriente para conectar amplificador y un equipo de video. No pensamos alquilarla, pero si lográramos rehabilitar el acceso hasta el salón, y pudiéramos montar nuevamente el tabloncillo, se podría alquilar para celebraciones. Hemos planificado muchas cosas, pero la inversión de acondicionamiento de los accesos es muy alta”, se lamenta Pichardo.
De convertirse la casa en museo, el proyecto contempla un Gift Shop, una biblioteca que aborde el tema de Trujillo y todo lo escrito desde los inicios del régimen hasta la época actual, con todo lo que haya a favor y en contra.
La casa
A la edificación se llega por un angosto camino de asfalto venido a menos que serpea entre un bosquecillo tupido donde las copas filtran la luz y confieren al tramo un aspecto sombrío.
De tres plantas, la casa fue construida en sendas etapas. Rematando una colina de rica fronda, la casa combina el aspecto de la mansión de hacienda –no hay que olvidar que estaba ubicada en la Hacienda Fundación, orgullo de su propietario por la calidad del ganado y los frutos que allí se cosechaban–, con la funcionalidad –precaria, hay que decirlo– del palacete del amante de la buena vida. Trujillo era un hombre recio a quien gustaba vivir a cuerpo de rey, además de ser buen anfitrión, a juzgar por las dependencias comunes.
En el centro del salón de fiestas, que está en la segunda planta, había un bar de forma poligonal. El amoblamiento del salón era, básicamente, con muebles de rattán, con bancos en madera preciosa adosados a los muros perimetrales, que estaban rematados por ventanas proyectadas en todo el perímetro.
En el extremo de cada banco había un timbre –aún se los nota– por el que se llamaba a la servidumbre.
Había cinco unidades de acondicionamiento de aire en toda la casa, un lujo para la época. El salón, sin embargo, estaba diseñado para no necesitarlo, pues la ventilación cruzada lo hacía muy fresco.
Había un espacio designado para la orquesta, y al final del corredor que empezaba allí y pasaba frente a la habitación que usara Ramfis Trujillo, estaba otra habitación con baño, a la entrada de la cual, una ducha, un lavamanos y un inodoro, todos adosados a la pared lateral, servían a los músicos para su aseo. Hoy el inodoro no existe. Fue sustraído por uno de los vigilantes del monumento.
Había dos congeladores, uno para los vegetales y otro para las carnes.
Hay muros de la época que se conservan junto a muros recientemente levantados. Hubo, en su momento, un recubrimiento de caoba –de allí el nombre de la casa– que protegía los muros de concreto. Hoy, Jacinto Pichardo usa paneles de cemento con malla para cubrir los muros exteriores en reemplazo de la madera que originalmente los cubrió, por razones de durabilidad. El regio comedor es muy parecido al del Palacio Nacional.
En la tercera planta, última etapa de construcción, se encuentran las cámaras privadas del propietario y su hija, incluyendo la pequeña oficina de Trujillo, a la que se llegaba por una escalera en forma de L que conducía desde la primera hasta la tercera planta.
Los empleados
Todo el mundo tenía que estar en atención constantemente. El cocinero, Vicente Toussaint, martiniqueño, que vivía en la casa, cuenta que se iba a tomar a una pulpería que quedaba en la ciudad de San Cristóbal, que se divisa en toda su extensión desde la casa, y cuando veía una luz encenderse en las habitaciones del Generalísimo, quería decir que su mucama, que aún vive y a quien llaman La Niña, había recibido llamada de que el Jefe venía. Entonces Toussaint salía disparado hacia la casa para estar ahí cuando Trujillo llegara. Había que estar allí.
Por lo general, los empleados que aún viven guardan estricta fidelidad a la memoria de quien fuera amo y señor de sus sueños y su vigilia.
Después de que, a causa de un balazo, Trujillo enfermara fatalmente en mayo del 1961, la que fuera su residencia preferida quedó bajo la tutela de San Cristóbal.
En el 1979, el huracán David hizo añicos la mansión. Salvo la estructura de concreto, todo se convirtió en un amasijo de madera y restos de mobiliario e indumentaria privada del dios tutelar de los dominicanos durante tres décadas, y algo más.
A partir de allí, la Casa de Caoba dejó de serlo para convertirse en una réplica concreta de la desidia con que el Estado y su representada, la sociedad dominicana, administra su pasado, su memoria, sus orígenes.
En el presente, y desde hace unos años, un patronato administra la propiedad. Recibe una subvención de 20,000 pesos mensuales que, reclama Jacinto Pichardo, arquitecto encargado de la restauración del inmueble y miembro del patronato de marras, no alcanza para nada.
Se han iniciado, tímida y muy lentamente, algunos trabajos de restauración, pero lo hecho es nada comparado con lo que falta.
Los trabajos se han visto interrumpidos en más de una ocasión por falta de fondos. El patronato paga salarios, incluyendo el de un relacionador público que, la pregunta es de rigor, ¿es necesario?
El Estado aún no desembolsa los nueve millones de pesos que, según presupuesto preparado por la Secretaría de Estado de Obras Públicas hace unos dos años, se requieren para terminar la restauración. No por falta de diligencias falta el dinero, asegura Pichardo. Empero, a diferencia de las obras regulares, las de restauración pueden agotar cualquier presupuesto antes de concluirlas, porque se sabe dónde se empieza, pero no dónde se va a terminar.
“¡Qué son veinte mil pesos mensuales!”, exclama Pichardo. “Se han tocado todas las puertas. Yo, personalmente, hablé con el Presidente Mejía cuando se hizo el Consejo de Gobierno el 6 de noviembre en San Cristóbal”, reclama. “El Presidente me pidió que hablara con el secretario de Obras Públicas. Eso se ha quedado ahí. Es urgente exigir la terminación de esta obra”.
Los planes y las obras
Una vez rehabilitada, la casa funcionaría como museo. Mientras tanto, hay extensas galerías de comején por toda la casa. Se ha fumigado en un kilómetro a la redonda para contener la peste, sin resultados satisfactorios.
El patronato cubre los gastos de administración y de seguridad, pero es una lucha difícil porque hasta los mismos vigilantes se prestan al hurto de las partes móviles.
“Hemos pensado en habilitar el salón de fiestas, que es amplio. Nos interesa rehabilitarlo para convertirlo en área de tertulias, colocando luces, un tomacorriente para conectar amplificador y un equipo de video. No pensamos alquilarla, pero si lográramos rehabilitar el acceso hasta el salón, y pudiéramos montar nuevamente el tabloncillo, se podría alquilar para celebraciones. Hemos planificado muchas cosas, pero la inversión de acondicionamiento de los accesos es muy alta”, se lamenta Pichardo.
De convertirse la casa en museo, el proyecto contempla un Gift Shop, una biblioteca que aborde el tema de Trujillo y todo lo escrito desde los inicios del régimen hasta la época actual, con todo lo que haya a favor y en contra.
La casa
A la edificación se llega por un angosto camino de asfalto venido a menos que serpea entre un bosquecillo tupido donde las copas filtran la luz y confieren al tramo un aspecto sombrío.
De tres plantas, la casa fue construida en sendas etapas. Rematando una colina de rica fronda, la casa combina el aspecto de la mansión de hacienda –no hay que olvidar que estaba ubicada en la Hacienda Fundación, orgullo de su propietario por la calidad del ganado y los frutos que allí se cosechaban–, con la funcionalidad –precaria, hay que decirlo– del palacete del amante de la buena vida. Trujillo era un hombre recio a quien gustaba vivir a cuerpo de rey, además de ser buen anfitrión, a juzgar por las dependencias comunes.
En el centro del salón de fiestas, que está en la segunda planta, había un bar de forma poligonal. El amoblamiento del salón era, básicamente, con muebles de rattán, con bancos en madera preciosa adosados a los muros perimetrales, que estaban rematados por ventanas proyectadas en todo el perímetro.
En el extremo de cada banco había un timbre –aún se los nota– por el que se llamaba a la servidumbre.
Había cinco unidades de acondicionamiento de aire en toda la casa, un lujo para la época. El salón, sin embargo, estaba diseñado para no necesitarlo, pues la ventilación cruzada lo hacía muy fresco.
Había un espacio designado para la orquesta, y al final del corredor que empezaba allí y pasaba frente a la habitación que usara Ramfis Trujillo, estaba otra habitación con baño, a la entrada de la cual, una ducha, un lavamanos y un inodoro, todos adosados a la pared lateral, servían a los músicos para su aseo. Hoy el inodoro no existe. Fue sustraído por uno de los vigilantes del monumento.
Había dos congeladores, uno para los vegetales y otro para las carnes.
Hay muros de la época que se conservan junto a muros recientemente levantados. Hubo, en su momento, un recubrimiento de caoba –de allí el nombre de la casa– que protegía los muros de concreto. Hoy, Jacinto Pichardo usa paneles de cemento con malla para cubrir los muros exteriores en reemplazo de la madera que originalmente los cubrió, por razones de durabilidad. El regio comedor es muy parecido al del Palacio Nacional.
En la tercera planta, última etapa de construcción, se encuentran las cámaras privadas del propietario y su hija, incluyendo la pequeña oficina de Trujillo, a la que se llegaba por una escalera en forma de L que conducía desde la primera hasta la tercera planta.
Los empleados
Todo el mundo tenía que estar en atención constantemente. El cocinero, Vicente Toussaint, martiniqueño, que vivía en la casa, cuenta que se iba a tomar a una pulpería que quedaba en la ciudad de San Cristóbal, que se divisa en toda su extensión desde la casa, y cuando veía una luz encenderse en las habitaciones del Generalísimo, quería decir que su mucama, que aún vive y a quien llaman La Niña, había recibido llamada de que el Jefe venía. Entonces Toussaint salía disparado hacia la casa para estar ahí cuando Trujillo llegara. Había que estar allí.
Por lo general, los empleados que aún viven guardan estricta fidelidad a la memoria de quien fuera amo y señor de sus sueños y su vigilia.
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